lunes, enero 14, 2008
De la historia familiar
En estos días en la urbanización donde vivo han habido varios atracos y robos que han incrementado la preocupación sobre la vigilancia vecinal, ya que la policial como que brilla por su ausencia. Parece que seguimos esperando que la fuerza pública, monopolio del estado tal como lo conocemos, responda de alguna manera para proteger las vidas y los intereses de esta comunidad.
Hace décadas las cosas eran muy diferentes. En mi familia, y supongo que en casi todas, hay cuentos y leyendas que giran alrededor de episodios donde los protagonistas han tenido que recurrir a las armas para resolver asuntos con la delincuencia y el crimen. Recuerdo en particular esta historia que tomo de un libro que está escribiendo mi tío Rafael Vivas Vivas y del cual poseo un borrador.
La historia transcurre en el Cordero de los años treinta, en el Estado Táchira. Mi tío era un muchachito cuando ocurrió así que no tomó parte activa, pero fue testigo presencial. A continuación lo que sale en el capítulo "El Cordero de los años treinta" de su libro titulado "El Sol de los Andes".
"A mediados de los años 30 el pueblito de Cordero adquirió una fama de violento y sin Ley, debido al carácter hostil y rebelde de sus habitantes, hombres rústicos, muchos de ellos hijos de familias venidas de las aldeas cercanas.
Los juegos de bolos y turra los domingos y el consumo de guarapo y “calentao” (aguardiente de alambique aliñado) contribuían a la proliferación de discusiones y pleitos entre jugadores terminando la mayoría de las veces en lamentables hechos de sangre, pues era muy común que todo el mundo portase armas blancas o de fuego.
También para la época Cordero no tenía autoridades, no había ni Policía, ni Jefe Civil, solamente existía la figura del Juez de Aldea, cargo que era desempeñado por uno de los habitantes más importantes del pueblo. La autoridad más cercana estaba en Táriba a unos ocho (8) kilómetros de distancia, situación ésta que contribuía al estado de violencia que solía imperar los domingos y días festivos.
Muchos fueron los hechos de sangre ocurridos en Cordero, pero uno de ellos que tuvo para mí una gran relevancia, fue el acaecido en abril de 1936 ya que en el mismo tomaron parte activa mi padre y mis hermanos mayores Pablo y Justo. Sucedió así:
Papá en aquellos días se desempeñaba como Juez de Aldea, en consecuencia era la primera y única autoridad en aquél pueblito en formación con apenas 65 años de fundado.
Había en el pueblo una familia compuesta por varios hermanos jóvenes, (los hermanos Sánchez) resueltos y pendencieros cuando abusaban del licor. Un domingo, uno de ellos un poco pasado de tragos, estaba frente al “Sol de Los Andes” (la casa de los Vivas) y acertó pasar por ahí un camión de correo y se detuvo a poner gasolina.
Probablemente por causas de poca importancia surgió una discusión y este joven belicoso intentó agredir al chofer del correo; ante esta situación y estando presente mi padre, procedió a detener y a desarmar al joven en cuestión, lo tranquilizó y le pidió que se fuera para su casa.
Entonces sucedió lo imprevisible, este muchacho reunió a sus hermanos y algunos amigos y formando un grupo numeroso, aquel mismo día en horas de la noche se acercaron a la casa cayéndole a tiros por más de media hora; mi padre cerró todas las puertas y ventanas y no respondió a la agresión pues no quería derramamiento de sangre y así en continua zozobra transcurrió aquélla funesta noche.
A los pocos días le dieron aviso a mi padre para que se marchara del pueblo o de lo contrario vendrían a matarlo, ante esta nueva situación mi padre llamó a un amigo de Colón compañero de la guerrilla y el exilio en Colombia, para que lo ayudara a proteger a la casa y a la familia.
De este especie de guardián tengo recuerdos muy claros de cuando se dedicaba a recargar cápsulas vacías de revolver con un método elemental y práctico pues tenía un bloquecito de arcilla que usaba como molde, fundía plomo en un pequeño recipiente usando un anafre a carbón, y vaciándolo en el molde, fabricaba las balas. Posteriormente eliminaba el fulminante percutado de la cápsula y colocaba uno nuevo, luego introducía la pólvora en la cápsula y colocaba la bala comprimiendo la pólvora. Estos elementos: plomo, molde de arcilla, fulminantes, y pólvora los trajo el Señor de Colón, puesto que cápsulas vacías habían muchas en la casa.
Un domingo que se supo que venían a asaltar la casa, papá los armó a todos: Pablo, Justo y el amigo de Colón, al resto de la familia le ordenó que no salieran de las habitaciones, cerró puertas y ventanas y esperó tranquilo. Al caer la noche se acercó a la casa uno de los hermanos agresores, no mayor de 20 años, y llamó a mi padre, tras unas breves palabras en el exterior de la casa, se cruzaron los primeros disparos, esa fue la señal para que se iniciara la balacera entre los hermanos atacantes secundados por varios amigos y los defensores de la casa.
Transcurrieron de 20 a 30 minutos de fuego cruzado, papá salió a la calle y cayó herido, entonces Justo quien contaba 16 años, salió de la casa y se acercó a mi padre quien le dijo que no era grave la herida y que regresara, cuando se estaba regresando, un balazo lo alcanzó en la espalda y quedó tendido en la carretera, ante estos acontecimientos los atacantes se retiraron y mi hermano Justo fue trasladado hacia el interior de la casa.
Esa noche según comentarios, hubo cuatro (4) heridos entre los atacantes, mi padre tenía un balazo en el hombro y a Justo se le alojó la bala en el esternón después que le entró por la espalda.
La casa se llenó de vecinos y mi padre y hermano que aún vivía, fueron llevados esa misma noche al Hospital Central de San Cristóbal. La herida de mi padre no era grave y según los médicos el proyectil que hirió a Justo entró por la espalda y no dañó ningún órgano vital, quedando la bala incrustada en el esternón de donde le fue retirada por los cirujanos del hospital.
En vista de estos acontecimientos enviaron de San Cristóbal un grupo armado para restablecer el orden en el pueblo, quedando posteriormente un puesto permanente de policía. Un año más tarde, en 1937 se creó el Municipio “Andrés Bello” con Cordero como capital, tuvo su primer Jefe Civil y poco a poco surgió el Cordero floreciente de hoy día, quedando sólo el recuerdo de aquellos años de violencia entre sus vecinos."
La foto es de la casa en Cordero, Estado Táchira, donde todo esto sucedió. Es de más o menos la misma época del cuento.
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3 comentarios:
Lastima que la cosa vaya de mal en peor.
Ya ni que nos armemos estamos tranquilos.
Tendremos que ser panas de la guerrilla o de chavez a verrrrr.
Buen libro. Felicitaciones al tio!
Amigo RomRod:
Definitivamente no necesitamos una Isabel Allende para descubrir que en cada familia venezolana existe una “Casa de los Espiritus” y mil veces mejor escrita.
Lo peor de todo esto es que volvemos a aquella Venezuela, donde cada quién pone su código de justicia y el “yo soy él que tiene la razón”. Eso es lo grave y no hay quién ponga el cascabel al gato.
Todo lo mejor para ti.
PS: Espero tener un ejemplar.
Y yo que pensaba que esa violencia armada era historia reciente...qué de cosas aprende uno...gracias por el avance del libro de tu tío.
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